viernes, 21 de septiembre de 2012


YA NO ES MI CASA 

Si no lo hemos sufrido en carne propia, mejor no intentar comprender lo que  está pasando otro al perder la casa. La angustia que crea este mazazo en los malos tiempos que corremos es tan negra como la boca de un lobo. Administraciones y, sobre todo, bancos miran para otro lado cuando las sentencias de desahucios se disparan, y el encargado judicial, escoltado por la policía, acude a una vivienda a tomar posesión de sus metros cuadrados. Seguidamente, su venta o subasta será la estocada para fulminar todas las vivencias y recuerdos que quedan atrás en el piso que ya no es tuyo. Diez familias pierden su casa al mes en Cantabria, y algunos casos claman al cielo por la perversidad y avaricia económica en que se han producido los acontecimientos de desalojo. Coges a tus hijos, los muebles y demás enseres, y acabas en plena calle si no tienes la suerte (¡qué ironía!) de que algún familiar te de aposento.
cronica_desahuciosLa familia es la campeona olímpica en esta crisis que ha hecho dos Españas, porque unos mantienen el tipo, el trabajo y la casa, y otra gran parte, no. Un día lo tuvieron todo, incluso ahorros suficientes, y al  siguiente perdieron el negocio, el dinero y el suelo de la cama en que dormían. Sus sueños ya no se parecerán nunca a los de antes. Lo que sentían como cotidiano, levantarse e ir al trabajo, lo añoran hoy como el lujo imposible en que se ha convertido todo ello. Bancos y sentencias no entiende de esa frase tan políticamente correcta de “lo acato, pero no lo comparto”. La calle y el clima de las cuatro estaciones sólo sabe de azotar más la cruel situación de los desahuciados. Hemos ayudado a los bancos pero no a los sin techo que ya había, y a los cientos de miles de personas que se están sumando a la noche tapados con cartones. Es la  malévola contradicción de un estado del bienestar que tiene las horas contadas, parecido al esteroide que puede chocar con la tierra y arrasarlo todo. Así son las vidas de los cántabros y españoles que lo han perdido todo; una hipoteca les echó mal de ojo en un momento dado, y se llevó  por delante su casa. Teniendo trabajo, hay muchos días que me tiemblan las piernas, a sabiendas de que diez cántabros cerrarán por última vez la puerta de su vivienda, para no regresar jamás, y los siguientes están a la espera.

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